martes, 29 de julio de 2014

Carta XXVI

23/Jun/01
XXVI


Niza-Barcelona



El viaje está por terminar. La culminación de un sueño. Un sueño que dentro tuvo otros sueños y otros más que fueron apareciendo con el transcurso de los días. Hemos vuelto a España, aunque seguimos en el Mediterráneo. Ha sido un día más de carretera. Dejamos Niza y Francia a las siete y media de la mañana para arribar a Barcelona hasta las cinco de la tarde.

Un Barcelona que nos recibe con los brazos abiertos. Muy abiertos, porque necesitábamos ya del idioma español (aunque aquí también se habla catalán) y porque los precios son muy bajos. Haciendo buen uso de nuestra costumbre de compradores compulsivos, y al saber ya con certeza de cuánto dinero disponemos, ¡de compras! Y para eso, ¡el maravilloso Corte Inglés de España!

Como era de esperarse, mis primos fueron por la ropa. Adrián incluso se compró un traje. Es raro que yo compre ropa. Con buen techo, buena comida, buenos libros y lo más importante, una buena mujer, el hombre puede vivir como rey. Cuando compro ropa es porque me la encuentro y me gusta, pero nunca voy en su búsqueda.

Yo me dirigí a mi paraíso: mis libros. Adquirí un tesoro que brilla por sí solo, pues es una joya: un libro gordo de Stanley Kubrick, muy completo y que será de gran ayuda para mi tesis. Muy pesado, también. Además compré la nueva versión del Diario de Ana Frank, es la última edición, la definitiva, incluidas las páginas que su padre censuró y que, al morir éste, ya las han publicado. Y, por supuesto, me surtí de mi escritor favorito, Bukowski. Me hice de 6 libros del buen Buk: "Pulp", "Mujeres", "Música de Cañerías", "Cartero", "Shakespeare nunca lo hizo" y "El Capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco". Ocho libros en total a quince mil pesetas, algo así como ochocientos pesos. En México uno sólo me hubiese costado más de doscientos pesos, así que puede decirse los conseguí a mitad de precio.

Yo me limité a mis libros, terminé pronto y en lo que ellos se medían y probaban, hojeé mi adquisición que más se me antojaba. Pasó el tiempo, mucho. Manuel cargaba con bolsas llenas de ropa nueva. Andrés con bolsas y bolsas. Adrián bolsas y bolsas y bolsas. Y dicen que mañana van por más.

Mientras tanto yo peleo con mi maleta. Es un gran duelo. Ellos han ido a jugar billar en algún cuarto de juegos aquí en el hotel, pero yo he querido quedarme solo en el cuarto. Bastante falta que me hacían, las dos cosas: quedarme sólo en mi cuarto y la soledad. Aunque se parezcan mucho, son dos cosas distintas. Ya te explicaré la diferencia después. Si me conoces, sabes que procuro la soledad y sino la busco, ella se encarga de buscarme. Extraña esta amiga, la soledad.

Sucede que los cuatro hemos estado impresionante y demasiado tiempo juntos durante veintitantos días. Necesitaba un respiro, moverme libremente por el cuarto, no tener qué decir nada, no sonreír, estirarme, bailar frente al espejo, cantar, tirarme un pedo (o dos), bañarme largo tiempo, si quiero, cambiarle a la televisión sin sentido alguno, quedarme viendo a la pared o al techo sin tener que explicar por qué hago eso. Y claro, escribirte.

Esta noche he vuelto a hacer mi maleta. Creo me ha quedado bien aunque ya pesa bastante. Espero no 
tener problemas con la aduana. Cruza los dedos a mi favor.

Mientras tanto estaré solo un rato más, supongo Manuel tardará otras dos horas. Estaré viviendo el momento, en Barcelona. Leyendo, pensando y escribiendo.


Afuera hay ruido. Se escucha alboroto en las calles y los cohetes truenan, pues es la fiesta de San Juan.





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