20/Jun/01
XXIII
Roma
Nuevamente el tour ha cambiado y sólo quedamos
los llamados "valientes" según dice la guía. Más de la mitad de
nuestros viejitos han regresado a su país, puesto que su viaje duraba hasta
Roma. Nosotros tenemos el de 29 días y aún nos quedan 6 o 7 jornadas más por
tierras europeas.
Se despidieron de nosotros muy amablemente las
señoras de Puerto Rico, ofreciéndonos su casa para cuando quisiéramos ir.
Sobretodo porque han tomado a Andrés como su consentido, ya que siempre ha sido
el más chico de todo el tour. Tiene 18 años y también es el consentido del
chofer, Juan.
De los que comenzamos desde Madrid, hace ya una
eternidad, quedamos realmente muy pocos, quizá unos 8 o 9 sin incluirnos a
nosotros. Los demás se incorporaron en París primero y después en Frankfurt. Ahora
hay más espacio que nunca en el camión, pues somos 18 los valientes que
quedamos. Cuando iniciamos éramos 53.
Ayer por la noche no pude escribirte y lo hago
desde la carretera que nos llevará a Pisa para posteriormente llegar otra vez a
terreno francés. Es la primera vez que te escribo de día y desde el camión y no
de noche acostado en mi cama antes de dormir, como fielmente he venido
haciendo. Sin embargo, la fecha de esta Carta es la de ayer y el tema también,
para no hacernos bolas.
Sucede que la noche la dediqué a organizar mi
maleta, que con tantas compras y tanta ropa sucia, se ha vuelto un caos. No
batallé para cerrarla, pero sí que está muy pesada. Mi problema es que mi
familia es numerosa, más mis amigos, pues he comprado de todo. Como quiera mis
primos tienen un hermano o dos, si mucho. Yo tengo cuatro hermanos y una
sobrina. Y montones de amigos. No les llevo a todos, eso quisiera, pero es
imposible. Sólo cuando veo algo digo: "Ah, mira, esto para fulana". Y
si está a mi alcance y dentro del presupuesto, lo compro. Pero nunca ando en
busca de nada, salvo algunos encargos que me hicieron. Me hubiera gustado
comprarle a Estela su regalo en los últimos días porque, lo que sea de cada
quien, su muñeca está algo grande y ocupa un lugar considerable en la maleta.
Pero no me arrepiento, cuando vi esa muñeca en Ámsterdam dije: "Ésta,
ésta, ésta, tiene que ser para ella, ¡tiene que serlo!". De modo que
felizmente la compré. Así que al terminar mi maleta y con lo que caminamos por
toda Roma, quedé liquidado.
El día no pudo comenzar mejor, nos lo dieron
libre y decidimos ir a las catacumbas. ¡Catacumbas! Están abiertas al público
desde hace 7 u 8 meses y datan del siglo I o II después de Cristo. Llegamos
demasiado temprano y esperando a que abrieran conocimos a un argentino y a su
esposa con quien charlamos muy amigablemente de fútbol, cosa que nos refrescó.
Adrián por su parte ya tiene en jaque a Andrés,
por todo discuten. Tanto tiempo increíblemente juntos provoca que los
sentimientos estén exageradamente sensibles. Esta mañana Adrián lo comparó con
un personaje desagradable de la televisión y Andrés sí que se enojó, situación
que en México sólo se hubiera reído o hasta respondido con otra cosa. La
comparación le afectó tanto que dejó de hablarnos a los tres por espacio de dos
horas. Cuando pasaron las dos horas y comenzó a hablar de nuevo, le dije, a
manera de broma, claro, e intentando romper le hielo:
-Andrés, nos gustabas más cuando no hablabas.
¡Y se dio otra sentidota! Y ahí van otras tres
horas sin dirigirnos palabra alguna. Las cosas han cambiado: Andrés y Adrián se
la viven de pleito, es visible que ya no se aguantan. Ciertamente Manuel y yo
no estamos tan mal, pero ya nunca platicamos, usamos puros monosílabos. Adrián
y yo nos buscamos mucho para darnos un respiro, y no es que nos caigamos mal
entre nosotros cuatro ni nada por el estilo, es sólo que te comienzas a hartar
de ver los mismos rostros todo el día, todos los días, y escuchar las mismas
voces.
Pero bueno, estábamos con las Catacumbas. Finalmente
entramos por un túnel, escaleras abajo. Muy poca luz y una humedad acompañada
de un frío tremendo. Y comienza, tal como en película de miedo: pasillos muy
angostos, paredes de arcilla, y en ellas, huecos, donde se ponía al muerto.
Huecos grandes y chicos, para los niños. Incluso huecos familiares. Olor a
muerte, olor a añejo. A olvido. Se hace este recorrido con un guía porque es
posible perderse. Es un laberinto de pasillos oscuros y estrechos. Sólo está
permitido visitar el segundo piso tierra abajo, pues son cuatro. Los otros tres
no han sido del todo investigados y/o asegurados. Muy agradable aquello de las
catacumbas. Fue una especie de paseo por un set de Indiana Jones. Salimos y el
cambio de clima fue brusco. De la humedad fría de adentro, al pesado sol de
afuera.
El resto del día lo dedicamos a comprar ropa. Es
Italia ¿no? Yo más bien acompañé a mis primos porque no me queda mucho dinero.
Y no me gustaría indagar: que si una marca u otra, que cuál se está usando y
qué es lo de moda. No lo quiero saber y no me interesa. Demasiado para mí.
Simplemente cuando me gusta alguna playera o camisa la compro, pero es porque
me la topo en alguna tienda y no porque ande buscando ropa. Ellos sí compraron.
Yo también, dos vistozas playeras en un puesto de souvenirs.
En seguida caminamos por el centro de Roma.
Pasamos nuevamente por las ruinas y vimos el Coliseo de lejos. Adrián se tomó
una foto en el McDonlads en donde comimos porque vendían cerveza McDonlads.
Andrés hace días se compró una cámara desechable, ya que como te comenté hace
días, perdió la suya en Liechtenstein. Cuando aún estando en el Mc Donalds
romano fui al baño, me encontré en el lavabo la cámara nueva de Andrés. Volví a
la mesa con su cámara y lo volvimos a regañar. Pobre Andrés. Debemos tenerlo
harto, aunque sé que es así, ya que nos lo ha dicho constantemente. Gritado más
bien. Manuel sigue en su búsqueda por la camisa de la selección italiana. Pero
es terriblemente lento y selectivo para comprar. Yo nunca podría ser Manuel.
Algo que, más que llamado mi atención, me ha
molestado, ha sido la gente tan gritona de Italia. Todos gritan como si
estuvieras haciendo algo malo. Cuando llevábamos varias tiendas recorridas y
algo cansados de caminar, llegamos a un puesto de refrescos para tomar un
descanso, Manuel señaló una coca y comenzó a decir:
-Cuánto cuesta esa co...
-¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?!- le interrumpió a gritos
el señor que atendía.
-La coca, cuánto cues.....
-¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?!
-Quiero saber cuán.....
-¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?!
¡Y no lo dejaba preguntar! Nos fuimos de ahí muy
desconcertados, pero también sirvió para reírnos mucho, ya que a partir de ese
acontecimiento, cada que Manuel comienza a decir algo, no lo dejamos terminar. Empieza
a hablar y le interrumpíamos diciéndole: ¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?! A Manuel no le
ha parecido mucho la broma, pero Adrián y yo nos hemos regocijado en risas.
Andrés sigue sin hablar, únicamente dice lo
estrictamente necesario. Hasta Juan, el chofer, ya le ha preguntado el motivo.
Lo que causó que Carmen, la guía, regañara a Juan. Algo de no meterse en los
asuntos de los turistas, escuché a lo lejos.
Llegó la noche y volvimos al hotel. Yo, como te
conté, tenía aún cosas por resolver con mi rebelde maleta.
Antes de quedarme dormido, ya acostado, me quedé
pensando en lo que había vivido en los últimos dos días.
Fue una tranquila y agradable despedida de suelo
romano.
.