domingo, 8 de junio de 2014

Carta XXV

22/Jun/01


XXV


Niza



Este ha sido un día muy raro. Realmente no hicimos nada relevante. La gran noticia fue, quizá, que me compré una loción. Yo la escogí. Olí varias, comparé y me decidí por esa. Una loción cara. Mis primos no lo podían creer, pues en este viaje yo no me he dado lujos de ropa o moda, pues no tengo presupuesto, pero a lo mejor hicimos tan poco en todo el día que algo había qué hacer, de modo que compré la loción. Bueno, la compré y ya. ¿Por qué te tengo que estar explicando? También compré unos lentes para el sol, pues Andrés se sentó arriba de los míos en el camión y los rompió, de modo que tuve que reponerlos.

El resto del día fue visitar la playa, beber cerveza. Beber cerveza, visitar la playa.

Para nuestra sorpresa, algunas mujeres en la playa no usan top. Están descubiertas cual playa nudista. 
Al principio solamente había señoras de la tercera edad exponiendo sus añejos encantos.

- Mira Adrián, ¿ya viste esa belleza?- dije señalando a una señora entrada en años que se mostraba cual libre al viento.

- ¡¿En donde?!- respondió esperanzado de ver una topless de singular manufactura.

- ¡No era!- casi gritó, recriminándome.

- A mi me parece joven- respondí irónicamente.

- ¡Otra belleza!- señaló Andrés.

- ¡Otra allá! - dijo Manuel.

Adrián comenzó a voltear a diestra y siniestra, aún con toda esperanza de ver en total libertad a mujeres sin top alguno, pues probablemente está en días de apareamiento.

- ¡No es cierto, no es cierto!- Refunfuñaba decepcionado.

- Bueno, aquí no hay más que señoras, vámonos a otro lugar- dijo Manuel

- Necesito ver francesas en topless, ¡por favor!- comentó Adrián.

- ¡Y yo!- contesté entusiasmado.

Cabe destacar que después tuvimos nuestra recompensa. Una muy sabrosa y vistosa recompensa. Así que mientras bebíamos, veíamos. Ellas tiradas al sol, sin nada arriba, dejándose libres. Desinhibidas. 



Tostando su piel a orillas del Mediterráneo. Me encantó el espectáculo que nos regalaron, sus cuerpos tan libres y naturales, sin nada por qué avenrgonzarse, apenarse, o qué temer.

Horas después, cuando atardecía, Adrián y yo entramos a otro casino. Ahora fueron 40 francos los que se fueron. Desaparecieron, se esfumaron. Así son los casinos, despiadados.

No hay mucho qué decir, fue un día para descansar de la carretera, del camión, de las guías, de los asientos. De caminar, de conocer y de tanto arte. Día de playa y cerveza. Habíamos hecho, en cierta manera, una rutina. Y Niza ha roto con esto. Al menos por un día, sí.

Playa, verde, mar, azul, mediterráneo, bikinis, sol, cerveza, juego, compras, comida, risas, recuerdos, topless, nieve, fotos, aire, piedras, brisa, descanso....


Así es Niza.






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viernes, 6 de junio de 2014

Carta XXIV

21/Jun/01


XXIV



Roma-Pisa-Mónaco-Montecarlo-Niza




Ha sido un día largo. Hemos estado despiertos desde las cinco de la mañana hasta la una y media de la madrugada del día siguiente. Casi 20 horas sin dormir y haciendo algo. Los días, lo sabemos, tienen 24 horas, pero tal parece que la guía quiere que duren más, pues tenemos que cumplir con el itinerario.

Como te dije, salimos temprano de Roma. Este iba a ser, nuevamente, un día de carretera, aunque con muchas paradas en puntos distintos.

Primero Pisa. Una ciudad muy pequeña con dos atractivos. Uno más que el otro. El otro, una iglesia-museo. El uno, la torre inclinada. Sabes a cuál torre inclinada me refiero, la conoces ya. Es la Torre de Pisa. Así que no hay mucho qué hacer: Llegas, ves la torre y dices:



- ¡Ah, mira!, la torre. ¡Sí es cierto, está inclinada!

Entonces le tomas una foto, la del recuerdo. Inmediatamente después se te ocurre otra foto, pero esta vez como si estuvieras deteniendo la torre, con una sobreposición de imágenes. Es decir, te colocas bastantes metros delante de la torre, pero de tal manera, que en el encuadre de la camara parezca que son tus brazos realmente los que la sostienen.

Te la toman y piensas:

-¡Qué padre foto se me ocurrió! Ya quiero que todos mis conocidos la vean.



De modo que continuamos viendo la torre inclinada, llenamos nuestros ojos de ella y ya no hay nada más qué hacer. Decidimos ponernos a caminar por las tiendas, que las hay de muchas cosas. Y en ese caminar, me di cuenta que la foto magnífica, original, espontánea y creativa que se me ocurrió, se les ocurrió también a los treinta mil turistas que también visitaron el lugar. Que se les ocurrió a los turistas que vinieron ayer y antier y se les ocurrirá a los que vendrán mañana y pasado mañana.




Comimos unas pizzas en Pisa. No buscamos el juego de palabras, ni la ironía, lo juro, simplemente ocurrió. De nuevo en la carretera y a esperar....

Por la tarde llegamos al Principado de Mónaco. Un estado independiente, muy lujoso. Es aquí en donde se encuentra el famoso barrio de Montecarlo, con sus legendarios casinos, casas de apuesta y lugar de esparcimiento de tanto magnate y famoso europeo. Mónaco se encuentra al borde del Mar Mediterráneo y tiene una vista impresionante. El mar con su azul tan característico, con esos azules en diferentes tonalidades no te deja duda que en donde te encuentras es en el Meditarráneo y punto. Amontonadas, pero bien diseñadas, se encuentran las contrucciones que decoran las calles: son grandes mansiones, desbordantes palacios y lujosos hoteles. La mayoría de la gente aquí, o es rica, o es famosa, o es ambas. Tienen en estos rumbos sus casas de descanso y de hecho caminamos por afuera de varias, pero me es tedioso mencionar tantos nombres; por poner ejemplos, pasamos por las residencias de Elton John, Madonna y Cher.

Nos enseñaron la casa del príncipe Raniero, donde con él habita Stephania (de Mónaco, obvio) y de Catalina (también de Mónaco y también obvio). Después de conocer y conocer casas de celebridades europeas y de portadas del Jet Set, por fin arribamos a ¡El Casino! Se nos estaba haciendo agua la boca. Nos hartamos un poco de las explicaciones de la arquitectura de las mansiones, lo que queríamos de una buena vez era llegar a Montecarlo para apostar y jugar.

Como Andrés tiene 18 años y no 21, que es la mayoría de edad aquí, no pudo entrar. Adrián y yo tenemos apenas los 21 (yo soy como 18 días mayor que Adrián). Manuel tiene 23.

El Casino de Montecarlo es un antiguo palacio, para no variar. Todo está decorado con hoja de oro en sus detalles. Pisos de mármol blanco y columnas de mármol rosa. Frescos en el techo y en algunas paredes, y todo con un sorprendente cuerpo de seguridad.

¿Uno va a un casino a angustiarse o a descansar? Me permití gastarme 50 francos, ganara o perdiera, pues la experiencia de apostar en el mismísimo corazón de Montecarlo hay que vivirla. Decidí irme a las maquinitas de la palanquita, pues en los juegos de cartas, como el poker o el jackblack, aunque me agradan bastante, pierdo más rápido. O gano. Pero casi siempre pierdo. En esta ocasión, como suele suceder, comencé ganando, ¡realmente llegué a emocionarme! Mi crédito subía y subía y ya andaba planeando comprar mansión por acá. Pero eso lo hacen sólo para engancharte y hacerte creer que tu vida puede cambiar. Llegó un momento en que tenía 175 francos, los cuales, claro, terminé perdiendo. Todos. Seguro ya sabes cómo salí del casino. Satisfecho pero cabizbajo a la vez, sin mis 50 francos apostados ni los 125 que supuestamente ya había ganado. Pero fue muy divertido y mi mente sí que descansó del tour, la carrtera, mis primos, museos y catedrales.

Manuel y Adrián no tuvieron mejor suerte. Los tres nos encontramos en el punto de reunión con risas tristes. No es que nos dé risa perder, pero no queda otra cosa mejor qué hacer o qué decir. Siempre existe el deseo de querer jugar más y más.

Y es por eso que menciono que hemos estado despiertos gran parte de hoy, pues el tiempo dentro del Casino se nos escurrió sin apenas darnos cuenta. Caminando, pasando por un lujoso bar en Montecarlo, vimos al tenista brasileño Gustavo Kuerten. Llegó en un impresionante carro, que parecía un platillo volador, se bajó con una escultural mujer y entró sin voltear a ver a nadie. No lo volvimos a ver, pero nos tomamos una foto con su vehículo. Impresionante ese carrito, aunque analizándolo bien, mi Caribe del 81 no le pide tanto. Los dos funcionan y transportan, ¿que no?




También estaba Fer, el cantante de Maná, acompañado de una mujer, sentados en una mesa tomando algo en otro de los bares. Pero nadie de nosotros lo admiramos y mejor ni nos acercamos. No lo saludaríamos ni encontrándonolo en la alameda de Torreón. Qué oso.

Más noche, después de haber recorrido la mayoría de los casinos y de ver los carros más lujosos que hay en Europa, llegamos a Niza. Una ciudad de playa y sol. Ciudad francesa, porque desde que entramos a Mónaco estamos de nuevo en Francia, cabe destacar.

Mañana tendremos el día libre y quizá vayamos a la playa. Nuestro cuarto es agradable, hemos abierto la ventana y se logra sentir la fresca brisa del mar.


No sé con lo poco que hemos dormido porque te sigo escribiendo, debo haber enloquecido o me volví escritor o las dos.




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miércoles, 4 de junio de 2014

Carta XXIII

20/Jun/01


XXIII



Roma


Nuevamente el tour ha cambiado y sólo quedamos los llamados "valientes" según dice la guía. Más de la mitad de nuestros viejitos han regresado a su país, puesto que su viaje duraba hasta Roma. Nosotros tenemos el de 29 días y aún nos quedan 6 o 7 jornadas más por tierras europeas.

Se despidieron de nosotros muy amablemente las señoras de Puerto Rico, ofreciéndonos su casa para cuando quisiéramos ir. Sobretodo porque han tomado a Andrés como su consentido, ya que siempre ha sido el más chico de todo el tour. Tiene 18 años y también es el consentido del chofer, Juan.

De los que comenzamos desde Madrid, hace ya una eternidad, quedamos realmente muy pocos, quizá unos 8 o 9 sin incluirnos a nosotros. Los demás se incorporaron en París primero y después en Frankfurt. Ahora hay más espacio que nunca en el camión, pues somos 18 los valientes que quedamos. Cuando iniciamos éramos 53.

Ayer por la noche no pude escribirte y lo hago desde la carretera que nos llevará a Pisa para posteriormente llegar otra vez a terreno francés. Es la primera vez que te escribo de día y desde el camión y no de noche acostado en mi cama antes de dormir, como fielmente he venido haciendo. Sin embargo, la fecha de esta Carta es la de ayer y el tema también, para no hacernos bolas.

Sucede que la noche la dediqué a organizar mi maleta, que con tantas compras y tanta ropa sucia, se ha vuelto un caos. No batallé para cerrarla, pero sí que está muy pesada. Mi problema es que mi familia es numerosa, más mis amigos, pues he comprado de todo. Como quiera mis primos tienen un hermano o dos, si mucho. Yo tengo cuatro hermanos y una sobrina. Y montones de amigos. No les llevo a todos, eso quisiera, pero es imposible. Sólo cuando veo algo digo: "Ah, mira, esto para fulana". Y si está a mi alcance y dentro del presupuesto, lo compro. Pero nunca ando en busca de nada, salvo algunos encargos que me hicieron. Me hubiera gustado comprarle a Estela su regalo en los últimos días porque, lo que sea de cada quien, su muñeca está algo grande y ocupa un lugar considerable en la maleta. Pero no me arrepiento, cuando vi esa muñeca en Ámsterdam dije: "Ésta, ésta, ésta, tiene que ser para ella, ¡tiene que serlo!". De modo que felizmente la compré. Así que al terminar mi maleta y con lo que caminamos por toda Roma, quedé liquidado.

El día no pudo comenzar mejor, nos lo dieron libre y decidimos ir a las catacumbas. ¡Catacumbas! Están abiertas al público desde hace 7 u 8 meses y datan del siglo I o II después de Cristo. Llegamos demasiado temprano y esperando a que abrieran conocimos a un argentino y a su esposa con quien charlamos muy amigablemente de fútbol, cosa que nos refrescó.

Adrián por su parte ya tiene en jaque a Andrés, por todo discuten. Tanto tiempo increíblemente juntos provoca que los sentimientos estén exageradamente sensibles. Esta mañana Adrián lo comparó con un personaje desagradable de la televisión y Andrés sí que se enojó, situación que en México sólo se hubiera reído o hasta respondido con otra cosa. La comparación le afectó tanto que dejó de hablarnos a los tres por espacio de dos horas. Cuando pasaron las dos horas y comenzó a hablar de nuevo, le dije, a manera de broma, claro, e intentando romper le hielo:

-Andrés, nos gustabas más cuando no hablabas.

¡Y se dio otra sentidota! Y ahí van otras tres horas sin dirigirnos palabra alguna. Las cosas han cambiado: Andrés y Adrián se la viven de pleito, es visible que ya no se aguantan. Ciertamente Manuel y yo no estamos tan mal, pero ya nunca platicamos, usamos puros monosílabos. Adrián y yo nos buscamos mucho para darnos un respiro, y no es que nos caigamos mal entre nosotros cuatro ni nada por el estilo, es sólo que te comienzas a hartar de ver los mismos rostros todo el día, todos los días, y escuchar las mismas voces.

Pero bueno, estábamos con las Catacumbas. Finalmente entramos por un túnel, escaleras abajo. Muy poca luz y una humedad acompañada de un frío tremendo. Y comienza, tal como en película de miedo: pasillos muy angostos, paredes de arcilla, y en ellas, huecos, donde se ponía al muerto. Huecos grandes y chicos, para los niños. Incluso huecos familiares. Olor a muerte, olor a añejo. A olvido. Se hace este recorrido con un guía porque es posible perderse. Es un laberinto de pasillos oscuros y estrechos. Sólo está permitido visitar el segundo piso tierra abajo, pues son cuatro. Los otros tres no han sido del todo investigados y/o asegurados. Muy agradable aquello de las catacumbas. Fue una especie de paseo por un set de Indiana Jones. Salimos y el cambio de clima fue brusco. De la humedad fría de adentro, al pesado sol de afuera.

El resto del día lo dedicamos a comprar ropa. Es Italia ¿no? Yo más bien acompañé a mis primos porque no me queda mucho dinero. Y no me gustaría indagar: que si una marca u otra, que cuál se está usando y qué es lo de moda. No lo quiero saber y no me interesa. Demasiado para mí. Simplemente cuando me gusta alguna playera o camisa la compro, pero es porque me la topo en alguna tienda y no porque ande buscando ropa. Ellos sí compraron. Yo también, dos vistozas playeras en un puesto de souvenirs.

En seguida caminamos por el centro de Roma. Pasamos nuevamente por las ruinas y vimos el Coliseo de lejos. Adrián se tomó una foto en el McDonlads en donde comimos porque vendían cerveza McDonlads. Andrés hace días se compró una cámara desechable, ya que como te comenté hace días, perdió la suya en Liechtenstein. Cuando aún estando en el Mc Donalds romano fui al baño, me encontré en el lavabo la cámara nueva de Andrés. Volví a la mesa con su cámara y lo volvimos a regañar. Pobre Andrés. Debemos tenerlo harto, aunque sé que es así, ya que nos lo ha dicho constantemente. Gritado más bien. Manuel sigue en su búsqueda por la camisa de la selección italiana. Pero es terriblemente lento y selectivo para comprar. Yo nunca podría ser Manuel.

Algo que, más que llamado mi atención, me ha molestado, ha sido la gente tan gritona de Italia. Todos gritan como si estuvieras haciendo algo malo. Cuando llevábamos varias tiendas recorridas y algo cansados de caminar, llegamos a un puesto de refrescos para tomar un descanso, Manuel señaló una coca y comenzó a decir:

-Cuánto cuesta esa co...

-¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?!- le interrumpió a gritos el señor que atendía.

-La coca, cuánto cues.....

-¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?!

-Quiero saber cuán.....

-¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?!

¡Y no lo dejaba preguntar! Nos fuimos de ahí muy desconcertados, pero también sirvió para reírnos mucho, ya que a partir de ese acontecimiento, cada que Manuel comienza a decir algo, no lo dejamos terminar. Empieza a hablar y le interrumpíamos diciéndole: ¡¿QUÉ COSA, QUÉ COSA?! A Manuel no le ha parecido mucho la broma, pero Adrián y yo nos hemos regocijado en risas.

Andrés sigue sin hablar, únicamente dice lo estrictamente necesario. Hasta Juan, el chofer, ya le ha preguntado el motivo. Lo que causó que Carmen, la guía, regañara a Juan. Algo de no meterse en los asuntos de los turistas, escuché a lo lejos.

Llegó la noche y volvimos al hotel. Yo, como te conté, tenía aún cosas por resolver con mi rebelde maleta.

Antes de quedarme dormido, ya acostado, me quedé pensando en lo que había vivido en los últimos dos días.


Fue una tranquila y agradable despedida de suelo romano.




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