martes, 29 de abril de 2014

Carta XIV

11/Jun/01


XIV



Frankfurt-Freiburg-Luzerna-Zurich




Hoy cumplimos dos semanas desde que llegamos a tierras Europeas. Esta mañana iniciamos el tour con gente nueva. Extrañaremos sin duda a nuestros viejitos, aunque quedan algunos conocidos. Sin duda, la ausencia de Antonio es la que más echaremos en falta.

Y al ser estos días impresionantemente llenos de carretera, es más agudo el cambiar de vecinos en el camión. Lo bueno es que ha quedado más espacio dentro, mucho más. Tanto, que cada uno de nosotros cuatro se cambió de lugar y ya tenemos cada quien dos asientos. Tras catorce días, es un alivio no ver todo el día la cara de Manuel a mi lado. Ahora podré estirar las piernas, leer sin que me estén preguntando qué estoy leyendo y mejor aún, escribir con privacidad. Aunque no lo creas, escribir con privacidad es una de las cosas más difíciles de lograr. Apenas la gente ve que escribes algo que sale de ti e inmediatamente van todos a meterse.

Nos despedimos muy temprano de Frankfurt. Hoy fue una mañana lluviosa y con algo de niebla. Parecía que iba a ser un día típico europeo en cuanto al clima se refiere, pero cerca de las once salió el sol con toda su potencia.

Antes del mediodía entramos a Freiburg, la última ciudad alemana que visitaremos. Es demasiado pequeño, pero con una inmensa catedral. Gótica también, con sus vitrales policromados, impresionantes. La catedral absorbió nuestra atención, la estudiamos por dentro y por fuera y el tiempo sin darnos cuenta se nos esfumó. Aunque hay que decir que el resto de la ciudad no ofrece mucho. Pues es todo demasiado moderno, por lo que te conté de la guerra.

Quizá te moleste un poco o te llame la atención que te hable tanto de Catedrales, pero en cada ciudad, es el punto de partida en varios aspectos. Dependiendo del estilo en el que esté construida la catedral, así será la arquitectura de cada ciudad. Casi todas las ciudades se comenzaron a construir a partir de sus Catedrales, así que también serán las partes más interesantes y antiguas por visitar. La Catedral va a regir muchas cosas y por eso es lo que primero visitamos siempre.



Una vez fuera de la Catedral, nos dimos cuenta que un olor muy exquisito, llamativo y provocador, entraba por nuestros delicados y finos orificios nasales. Eran salchichas alemanas. Rojas, gordas, grandes, dobladas, llenas de grasa, doradas, sudorosas, masticables. Nuestro estómago, también delicado y fino, comenzó a emitir sonidos extraños y a dirigirse al puesto de aquellas salchichas en contra de nuestra voluntad. Aquello para nuestro sentido gustativo, muy fino y delicado, dicho sea de paso, fue algo incontrolable. De modo que nos acercamos al puesto y pedimos y pedimos. Yo, que como poco, pedí por tercera vez, al igual que Andrés… y no es rima.



Comidos, llenos y contentos, regresamos al camión. Llegó el momento de los paisajes germánicos. Bosques, cielos, algunas precipitaciones. Como imágenes de tan imposibles rompecabezas y con lo caros que son, pues así se nos ofreció la vista.

Cruzábamos los Alpes, llenos de pinos. Pinos verdes, claro. Niebla en los picos de las montañas. La panorámica era espectacular. Tuve que decidir entre ver el paisaje y el espectáculo cabeceador entre Adrián y Andrés, este último con la boca abierta. O la sinfonía ronquídica de Manuel, porque lo hace con verdadero ritmo.

La vista era inmejorable. Más porque el sol, ante la ausencia de nubes, alumbraba todo y se podían ver más montañas que de costumbre, según palabras de la guía. El color tan blanco de la nieve de montaña, resplandecía y llamaba la atención de quienes estábamos despiertos. Me quedé apreciando el blanco de la nieve, tan lejana y tan alta, allá lejos en la montaña, con calma, con paz, limpiando mi tan oscura conciencia.

Tantos días ya con sus caminatas, sus levantadas a horas tan crueles, las crudas mal curadas y la tensión de visitar tantos lugares en tan poco tiempo, provoca que el dormir en el camión sea increíblemente fácil. Suelo batallar mucho para dormir. Tanto en mi cama como en cualquier lado. Conciliar el sueño me es tarea difícil. Aquí, me siento en el camión y duermo de inmediato. En el hotel es igual y a todos les sucede lo mismo. Es más difícil mantener los ojos abiert zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz abiert aaaaaaaajjjuummmm abiertos, que dormidos… digo que cerrados.



La frontera suiza nos recibió con amabilidad. Confieso que estaba algo nervioso porque Suiza no pertenece a la Comunidad Económica Europea y se manejan distinto. Con mi pleito a muerte con migración, comencé a imaginarme cosas negaticas, pero ni nos pelaron cuando cruzamos la separación de ambos países. El chofer saludó al policía de migración que con un saludo de cabeza nos permitió seguir nuestro camino sin saber quién venía o quién dormía o quién callaba.

Después de pasar por la Selva Negra, que no tiene nada ni de selva ni de negra, llegamos a Luzerna. Según dicen, es la ciudad más bonita del pequeño país suizo. Y probablemente lo es con sus pequeñas y muy antiguas calles. Extremadamente limpio. Un enorme lago brilloso en el que nadan patos y cisnes. Al fondo, el Monte Pilatos, que es una enorme montaña cubierta de nieve y que se encuentra a las orillas del lago, que provoca su reflejo en el mismo. Palomas, decenas de palomas, por doquier, aunque de cuando en cuando atacan al despistado de Andrés.

También hay un río, al que lo cruzan cuatro puentes. Dos muy antiguos de madera y otros dos, no tan antiguos, de hierro. Cruzamos los cuatro puentes nada más por no dejar, a manera de zig zag. El cielo blanquiazul, algo nublado y un frío agradable. Suiza.



Seguimos paseando. Nos estusiamó mucho el lugar. En una tienda lujosa, encontramos colgando un letrero que decía en diferentes idiomas:

"La mujer necesita de cuatro animales para ser feliz: Un Bisonte en el cuello; Un Jaguar en la cochera; un Tigre en la cama y un Burro que se lo pague todo"

Aunque pícaro, me pareció tonto exponerlo ahí. Porque está en la puerta de una tienda para mujeres. Si yo voy con mi novia o esposa a una tienda con un letrero así, cuernos que entro, menos con ella y mucho menos que le compro algo.

Bueno, en fin, no importa. Sólo que llamó mi atención.

Después de 5 horas de caminatas, tuvimos que regresar al camión. Debo decirte que Luzerna ha sido por mucho uno de los lugares que más me ha gustado de este viaje, junto a París y Brujas. Lástima de tan poco tiempo que nos dieron para conocerlo. Ya instalados en nuestro asiento: dormir y leer, leer y dormir. Y paisaje, claro.

Entramos a Zurich. Llegamos muy noche y venimos directo al hotel. Manuel ya duerme y seguro entre sueños espera ansioso a que acabe de escribirte y apague de una buena vez la luz. Por eso me estoy tardando más, para que se enoje y de la nada explote en gritos. No es cierto, Manuel no es así y mis párpados se cierran ya irremediablemente. Yo tampoco doy más.

Han sido días largos, pesados, interesantes y activos. Se escucha el murmullo en la otra habitación. Seguramente Andrés y Adrián están peleando de nuevo. Mañana saldremos rumbo a Austria.

Bueno, Manuel ya me regañó de a de veras, debo apagar la luz.


¡Click!




.

lunes, 28 de abril de 2014

Carta XIII

10/Jun/01


XIII



Amsterdam-Colonia-Rhin-Frankfurt





Muy temprano dejamos Los Países Bajos, en lo que sería otro día de carretera. Y habría que añadirle que sería también una noche de despedia, y triste por ende. La mayoría de nuestros viejitos del tour se van mañana rumbo a República Checa y Hungría, mientras que nosotros lo haremos hacia Suiza y Austria. Así que ya te imaginarás en la cena todo el protocolo cuando esto sucede: despedidas, abrazos, besos, intercambio de direcciones, de correos electrónicos, promesas de volverse a ver y un sin fin de cosas que no se van a cumplir.

Ya estamos en territorio alemán. En territorio pueblerino rústico antiguo, pero a la vez en territorio urbano muy moderno. Alemania fue destruida en un gran porcentaje durante la Segunda Guerra, de modo que casi todas sus ciudades son nuevas.

Tal es el caso de Colonia, nuestro primer punto de visita esta mañana y en donde el principal atractivo es su inmensa catedral, de estilo gótico. Por dentro no es tan sorprendentemente como lo es por fuera: picos oscuros, picos y más picos. Creo es la construcción más voluminosa que he visto. Dos horas estuvimos ahí, las cuales aprovechamos para sacar fotos, entrar y salir al recinto, comer algo, conversar a las afueras, volver a entrar y volver a salir, pasear por los alrededores.





Volvimos al camión. Fue todo lo que conocimos de Colonia, su catedral. Nos quedaban aún otras dos horas de camino para llegar a nuestro segundo destino, de modo que las aprovechamos para dormir profundamente y comenzar el inevitable cabeceo. Es divertidísimo. Como yo voy del lado de la ventana, ya van dos ocasiones que me pego con ella. A ver si no me sale un chichón. Y cuando volteo atrás y veo tanto a Andrés como a Adrián cabeceando, y a la vez a Manuel a mi lado haciendo lo mismo, me quedo viéndolos esperando a que cualquiera de los tres se de el golpazo y se despierte asustado, cosa que tarde o temprano sucede.

A mitad de trayecto llegamos a una especie de puerto, pues navegaríamos un rato por el Río Rhín. Como nuestra pequeña embarcación aún no llegaba por nosotros, nos pusimos a fisgonear las tiendas que hay en esa misma explanada. Entramos a una donde atendía un señor alemán que estudió español en Cuernavaca. Así que nos trató de maravilla, porque dijo que a él en México lo habían tratado de la misma forma. Dijo que teníamos, sólo nosotros cuatro, el treinta por ciento de descuento en toda la tienda y luego nos pasó a una especie de cocina en donde había un refrigerador, sacó una botella de vino de durazno y nos dio a probarlo. ¡Vino delicioso! No había probado uno igual. Pero no teníamos intención de comprar nada, así que le dimos las gracias amablemente y nos despedimos en medio de sonrisas y saludos.

Claro, Andrés ya se había tardado y en medio de su descuido y despiste, se estaba llevando en una de sus manos un objeto de la tienda sin darse cuenta, todo hay que decirlo. Ya nos encontrábamos fuera caminando rumbo al barquito cuando vimos que el señor venía detrás de nosotros, persiguiéndonos, pues se dio cuenta que Andrés se había llevado el objeto sin pagarlo. Nos dio mucha pena, ya que se había portado demasiado bien con nosotros y se lo regresamos en medio de una y mil disculpas. De ahí en adelante, ya te imaginarás todos los apodos que le cayeron al pobre de Andrés referentes a los ladrones.

Bueno, por fin abordamos. Sería una hora de camino a través del Rhin. Fuimos hasta el último piso para sentir el aire y nos sentamos. El recorrido es muy atractivo para la vista. Casi todo el trayecto esta rodeado de murallas. Arriba, en las montañas, se logran ver torreones y castillos. Mucha vegetación. Viñedos, montones de viñedos y cabañas.





Debo confesar que también llegó a ser soso. Vimos las cosas y nos llamaron mucho la atención. Las disfrutamos, tomamos fotos, platicamos, dijimos algo, regresamos la vista a los paisajes y ya no llaman igual la atención como antes. A lo mejor es la falta de sueño, tan atrasado que lo traemos. Y más tu servidor, pues cuando todos duermen por la noche, yo te escribo. Sin embargo fue una grata y particular experiencia.





Dejamos el multimencionado barquito y el Rhin, para subir nuevamente al camión. En total fueron doce horas de camino las que hicimos durante el día. Avanzada la tarde arribamos a Frankfurt.

Frankfurt fue un noventa y cinco por ciento destruida durante la Segunda Guerra, por lo que es sumamente moderna, debido a su reconstrucción. Pero ése cinco por ciento restante, que sobrevivió a los bombardeos, es sumamente pintoresco. Muy alemán. Casas cuadriculadas de colores, con sus verde azul y rojo, iglesias y construcciones pequeñas. Parece una villa de las que venden en épocas navideñas. La gente con su vestimenta verde, muy rubios casi todos. Las señoras con unos brazos fuertes y ¡cerveza por doquier!

Es agradable Frankfurt.




Una vez instalados en el hotel, agotadísimos por el viaje, nos dimos cuenta de que había en el último piso alberca y sauna. Es un hotel más bien lujoso. No como el un metro por dos de Burdeos. Así que antes de cenar, decidimos ir a la alberca. Ya nos hacía falta hacer algo distinto a cuestiones arquitectónicas y culturales y despejarnos un poco.

De modo que nos dirigimos al elevador con nuestros trajes y toallas, lo pedimos apretando el botón rojo, esperamos algunos segundos, llegó y se abrió la puerta:

¡¡¡¡¡ANTONIO!!!!!

- ¡Hola chicos! ¿también van al Sauna?

-Sí – contesté pisando el pié de Andrés que comenzó a reírse porque Antonio llevaba puesta una tanguita. Antonio es más bien panzón. Está pelón y cachetón. No tuvimos otra opción que compartir elevador con él, de modo que subimos. Adrián y Andrés cerraron los ojos para no reírse frente a Antonio. Yo sólo deseaba que llegáramos ya. Pero era inevitable la tentación de voltearlo a ver, él en su tanga, presumiendo sus flácidas partes tan vanidosamente. Llegamos.

-¡Hey! Nos faltó Manuel, ¡regresemos por él!- dije.

-¡Sí, sí, sí, vamos, vamos!- dijeron Adrián y Andrés.

Salió Antonio del elevador, se cerraron las puertas con nosotros dentro y salió también un torrente de carcajadas malévolas llenas de veneno y de crueldad. Llegamos a nuestro cuarto casi corriendo y Andrés, literalmente, comenzó a brincar frente a Manuel:

-¡ANTONIO EN TANGA! ¡ANTONIO EN TANGA!

-Noooooooooooooooooooooooooo- dijo Manuel, del todo incrédulo pero con una seria ilusión de creerlo.

-¡Sí, sí, es en serio!- dijo Adrián.

-¡Esto lo tengo que ver!- contestó.

Así que volvimos a tomar el elevador, muy entusiasamados, para llegar al piso de arriba. Pero Antonio no estaba. Su tanga tampoco. Ni su panza ni sus cachetes. De modo que Manuel pensó que lo habíamos bromeado y no nos quedó de otra que meternos a nadar. Fue rápido porque nuestro principal objetivo era el sauna, pero queríamos estar bien empapados y con algo de frío para disfrutarlo más.

De modo que nos mojamos y tomamos algo de frío. Entramos al Sauna y ¡Antonio! ¡Estaba ahí! Boca arriba y su panza cayéndole por los dos lados. Con los brazos bajo su cabeza.

-¡Hola chicos!- saludó sonriendo.

Adrián sonrió como quien abre un juguete. Andrés dijo que mejor se regresaba a la alberca. No se escucharon sus risas, afortunadamente. Yo me puse en la misma posición que Antonio, pero yo sin panza, claro. Y cerré los ojos para no ver. Manuel, como siempre le toca al pobre, comenzó a platicar con él. Antonio comentó que se irá a la República Checa y a Hungría, lo que nos causó una severa tristeza, pues es quien nos hace reír en la carretera y a cada rato con lo que hace o dice.

Fuimos a secarnos y a ponernos ropa para ir a cenar. Era la cena de despedida. El matrimonio de viejitos argentinos, la familia chilena, los dos matrimonios mexicanos, todos ellos se irán, junto con Antonio y su madre, por el otro camino. Tendremos que hacer nuevos amigos con la gente que se unirá mañana al tour. Aunque el viejito gruñón se queda. Y las molestas puertorriqueñas también.

Por cierto que no han dejado de felicitarnos por lo buenos muchachitos que somos. Por tanta educación y buen uso del lenguaje. Por ser tan considerados y caballerosos. Y por la amabilidad que les hemos brindado. Nos felicitan y mandan felicitar a nuestros papás y hasta a los papás de nuestros papás. Eso sí, no han dejado de comentar un solo día durante las comidas y cenas, el suceso de la noche en Burdeos, cuando unos chamacos no los dejaron dormir en toda la noche por el ruido y los gritos y las cosas que entre ellos se aventaban de ventana a ventana. Lo recuerdan y les vuelve a dar coraje.


Ni se imaginan que fuimos nosotros.




.

domingo, 27 de abril de 2014

Carta XII

09/Jun/01

XII


Amsterdam-Volendam-Marken.



Supongo sabes que hay días en los que uno simplemente se levanta de genio y hoy fue uno de esos. Creo por lo largo del día de ayer, la caminata nocturna y oscura en el centro de Amsterdam, y todavía la desvelada en aquél bar en donde vimos tantas cosas. Pero el tour no da tregua, es levantarte temprano sin importar qué hayas hecho la noche anterior y heme aquí, como cadaver con vida. Anhelando conocer esta tulipanesca tierra, pero casi sin poder moverme y eso en definitiva enervó mi humor.

Viajan en nuestro tour tres señoras de Puerto Rico. Una de ellas se queja impresionantemente todo el tiempo, a cada cosa le encuentra pero y tal actitud la hemos tomado como algo gracioso que comentamos cada mañana al escucharla hablar. Se dirige a nosotros para hacer sus reclamos: comienza con el mal servicio del hotel, que su equipaje, ahora la comida, que el cansancio, que el botones. Se desahoga, expresa y muy pronto nos cansa, de modo que Adrián, Andrés y yo decidimos distraernos deliberadamente y le dejamos toda la carga a Manuel, que al ser más educado que nosotros, no tiene forma de mostrarse indiferente o cortante y se tiene que aguantar las letanías de esta insatisfecha señora. Muy gorda y muy fea, por cierto.

Pero hoy me interceptó sólo a mi. Yo me servía el desayuno. Ella también. Apenas me vio y comenzó a decir:

- Nene, que no me gusta el pan, ¿por qué lo ponen así? ¿qué caso tiene así? Y no dormí nada anoche y tengo sueño y mira yo comiendo pan y no me gusta el pan, y con el sueño que tengo, no se puede dormir aquí, todo el tiempo es de día y yo con este pan, y con sueño, en Puerto Rico duermo muy tranquila, aquí sólo como pan todo el día y no puedo dormir, mírame nene, mírame cómo como el pan, no me gusta el pan".

Mi actitud no fue amable. Me hablaba, moviendo los brazos, quejándose y yo ni siquiera la volteé a ver. Serví mi jugo, mi desayuno (llamarlo así es un decir, pues en parte la puertoriqueña tiene razón con la comida) y ella seguía hablando, esperando a que yo dijera algo o al menos sonriera. Pero como si ella no existiera, fui a sentarme sin decir palabra alguna, sin levantar la cara, indiferente al mundo holandés. No hablé con mis primos, ni con los viejitos, ni con la guía, ni con Juan el chofer, ni con nadie. No quería. No me importaba. No crucé ni siquiera miradas durante el desayuno, sólo veía el plato muy de cerca mientras comía.

Hay otra cosa que comentó la quejumbrosa señora y que es una gran verdad: aquí en Holanda todo el día es de día. Como es verano y por la situación geográfica en que nos encontramos, más bien al norte, el sol se mete cerca de las once de la noche y sale a las cuatro de la mañana y eso nos ha destanteado mucho. Anoche me despertó un rayo de sol, directo a la cara, pensé que era hora de levantarse y volteé al reloj, marcaba 4:17 am.

Sin embargo y a pesar de mi mal genio, el día comenzó muy bien. Dimos la clásica visita panorámica por la ciudad. Te lo he comentado ya: molinos, edificios antiguos, palacios, centenares de puentes y canales. Amsterdam es llamada la "Venecia del Norte".



Llegamos, para mi sorpresa, a lo que fue la casa de Ana Frank. Ahí mismo en donde se escondió con su familia por dos años, lo que le permitió escribir su famoso diario. Holanda fue quien más judíos perdió en la Segunda Guerra Mundial. Hitler y Alemania hicieron tan grande daño a este país. Previendo la invasión nazi, el padre de Ana Frank se preparó: en su oficina había una biblioteca giratoria que conducía a otra casa escondida, que no eran mas que dos pisos pequeños con sus habitaciones. Cuando empezó a ponerse grave la cosa con los judíos, tuvieron que esconderse ahí. Los padres de Ana Frank, su hermana y ella; otro matrimonio con su hijo; y un señor. Ana tenía doce años y duraron escondidos dos, del 42 al 44. Tenían que hacer poco ruido, comer poco y vivir con un miedo agudo a no ser descubiertos.

En octubre del 44, alguien traiciona el escondite (quizá por celos y/o sospechas pasionales) y son capturados. Ana Frank y su hermana son llevadas a un lejano campo de concentración en Polonia. Al año siguiente, en abril del 45, son ejecutadas. Un mes después, en mayo, Holanda es liberada por el ejército de Estados Unidos. Un mes. Un maldito mes. El mundo y la historia perdieron (¿o ganaron?) a una gran literata que escribió a los doce años un documento histórico de incalculable valor.

Lo vimos, pensamos, reflexionamos, imaginamos y dejamos el sitio. Particularmente del genio pasé a la depresión. Me movió la historia que acabo de contarte. Más porque si has leído el diario, te darás cuenta que Ana escribe mucho de sus sueños y metas que tiene para cuando sea libre otra vez y de sus inmensas ganas por vivir. Objetivos que no cumplió. Murió a los catorce años.

En fin, pasemos a cosas más agradables y vaya que hubo algo que lo fue. En seguida nos dirigimos al museo del gran, pero gran, gran gran, Vincent Van Gogh. ¡Y es espectacular! Cuando ves los cuadros de Van Gogh, es como si estuvieras viendo los cuadros de Van Gogh.

Vas a pensar que lo que acabo de decir es una reverenda estupidez. Y lo es.

Pero a lo que voy, es que no he visto otros colores de fuego como ésos en otro pintor, y menos la magistral manera de combinarlos. Sea pintura, realidad o fotografía, no hay nada semejante a sus formas, puntos, tonos y paleta que hacen de Van Gogh a mi pintor favorito. Tiene un cuadro que se llama La Recámara y que es mi preferido, así que compré el poster.



Teníamos la opción de tomar la tarde libre en Amsterdam, o tomar el tour a las afueras de la ciudad y visitar las pequeñas poblaciones holandesas. Adrián y Andrés decidieron quedarse. Manuel y yo pagamos el tour opcional. Y era momento de conocer la verdadera Holanda: sus campos y canales. Sus mujeres con el traje típico, incluyendo los zapatos de madera, los llamados y tan famosos zuecos. 

Arribamos primero a Volendam. Es un pequeño pueblo a orillas del Mar del Norte. Y en donde la vida, las casas y las cosas parecen de juguete. Las muñecas de madera, con sus trajes típicos y sus zuecos integrados, son tradicionales en esta región, de modo que decidí comprarle una a Estela. Ahí estaba, con su falda larga y negra, tirantes, su gorrito blanco y sus pequeños zuecos. Es pequeña y algo frágil, pero al menos cabe en mi maleta. Espero que le guste. Hice también algunas compras para mí.



Comimos un delicioso y diferente pescado con papas a orillas del mar. Manuel y yo conversamos y vimos el horizonte nórdico. Terminó el descanso y la indicación era subir de nuevo al camión para dejar Volendam y llegar a Marken. Este pequeño poblado Marken es aún más chico y aún más de juguete. Como si por alguna siniestra razón se hubiera quedado suspendido en el tiempo y nada hubiera cambiado desde hace años. O, también lo sentí, si a nosotros, pobres laguneros extraviados por el mundo, nos hubieran hechizado y hecho diminutos y nos hubieran metido a una pequeña villa de juguete. No me gustó porque lo sentí demasiado bonito, como si todo estuviera rodeado de casas de muñecas. Hasta comencé a ponerme chipil.



Transcurrió la tarde con caminatas de juguete y llegó la hora de regresar a la gran ciudad de Amsterdam. Holanda nos ha consumido. Cuando llegamos por la noche al hotel, después de todavía recorrer un rato la ciudad y visitar la Plaza Rembrandt, tocamos en el cuarto de Adrián y Andrés: muertos, como nosotros. Ellos rentaron una bicicleta de agua, muy románticos, para pasear por los canales, pero muy pronto se perdieron y no podían regresar al punto de partida. En un callejón forcejearon con un ladrón por la cadena de Andrés, y para acabarla, se extraviaron en el barrio gay.

En fin, nos hizo bien volver a vernos y estar reunidos los cuatro de nuevo, de modo que decidimos bajar a cenar pizza. Nos reímos y bromeamos de nuestro cansancio y aventuras flamencas mientras comíamos. Y al final, tras unas cervezas bien merecidas, pagamos.

Yo te escribo desde mi cama, a punto de rendirme después de bañarme en la tina con agua muy caliente.


Tal como me gusta.



.